
Dormir y descansar (primera parte)
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Existe una estrecha interrelación entre los procesos de sueño y el estado general de salud física y psicológica de una persona.
La cantidad necesaria de horas de descanso en el ser humano está condicionada por factores que dependen del organismo, del ambiente y del comportamiento. En la influencia de estos componentes se aprecian variaciones considerables entre las personas. Así, hay quienes duermen cinco horas o menos, otros que precisan más de nueve horas para encontrarse bien y, por último, está la gran mayoría que considera como ideal un promedio de siete a ocho horas.
Independientemente de la cantidad de sueño, los sujetos pueden clasificarse en patrones que se diferencian principalmente por la calidad del dormir. De esta manera, hablamos de personas con buena calidad y de otras con pobre calidad de descanso. Desde este punto de vista, se establece una distinción entre los sujetos matutinos, que son aquellos que tienden a levantarse y acostarse temprano, y los individuos vespertinos, que son los que se levantan y acuestan tarde.
El déficit de sueño justifica la somnolencia de algunos sujetos, los sentimientos de pérdida de control, el incremento de la frecuencia de siestas, la sensación de fatiga y falta de energía persistente. Asimismo, las dificultades en el cumplimiento de roles sociales y en el funcionamiento social, todo lo cual suele llevar a una deficiente autoevaluación de la calidad de vida.
La privación de sueño es la pérdida más frecuente en la vida de una persona. Muchos podrían estar faltos de descanso de forma crónica debido a las exigencias laborales o los actuales estilos de vida.
Los resultados de distintas investigaciones indican que los períodos cortos de sueño tienen un impacto negativo en el metabolismo de los carbohidratos y en la función endócrina. Ambos factores están considerados fundamentales en el proceso normal de envejecimiento, por lo que si persiste el hábito de acortar los períodos de sueño se incrementa la posibilidad y la gravedad de enfermedades crónicas. Las personas necesitan unas 7-8 horas de sueño diario promedio para evitar que sus procesos vitales se aceleren y se produzca un envejecimiento prematuro.
Los cambios más notables detectados ante la privación de sueño son una marcada disminución de la activación y la atención, tiempo de reacción más lento, presencia de signos de desactivación en el electroencefalograma (registro de actividad eléctrica del cerebro) e informes subjetivos de somnolencia persistentes.
La ejecución de los actos se ve primeramente afectada en las tareas largas, repetitivas y monótonas, sobre todo, si se trata de habilidades de reciente adquisición.
Posteriormente, se genera deterioro de la memoria a corto plazo o trastornos neuropsicológicos reversibles en las tareas que implican a la corteza prefrontal. Por ejemplo, en un estudio realizado luego de 36 horas de privación de sueño mostró inconvenientes en la fluidez verbal, la capacidad de planificación, la creatividad y la originalidad.
Son más susceptibles de efectos negativos las tareas de importancia para la persona. Es decir, las que requieren reestructurar el material previo y emplear el pensamiento divergente (flexible, original y fluido). También, el estado de ánimo puede verse afectado, apareciendo un ligero aumento de la ansiedad, depresión, irritabilidad, confusión, disminución de la resistencia al estrés, de las funciones cognitivas, etc.
Aparte del insomnio, otro de los problemas muy frecuentes y con efectos negativos sobre la calidad de vida es lo que se llama apnea o interrupciones respiratorias durante el sueño. Es un factor de alto riesgo de hipertensión arterial, arritmias y ACV como consecuencia de la liberación de sustancias vasoactivas (catecolaminas), asociado con la falta de oxígeno durante la apnea y el aumento del retorno de la sangre al corazón, coligado con la presión torácica negativa sostenida por los esfuerzos respiratorios.
Los pacientes con apnea del sueño suelen presentar ronquidos fuertes como síntoma de aviso, debido al aire que se escurre a través de la vía respiratoria estrecha o bloqueada. Sin embargo, no toda persona que ronca sufre apnea del sueño. Muchos individuos con éste síndrome no saben que su respiración arranca y se detiene durante la noche. Generalmente, la pareja con la que duermen u otros miembros de la familia oyen los ronquidos fuertes, el jadeo o el resoplido, generándose alarma y preocupación.
Quien lo sufre puede despertarse cansado en la mañana, sentirse soñoliento o adormecido durante todo el día. Asimismo, actuar malhumorado, impaciente, irritable, ser olvidadizo o quedarse dormido mientras trabaja, lee o ve televisión. También, estar adormilado mientras conduce o, incluso, quedarse dormido mientas lo hace; tener dolores de cabeza difíciles de tratar, falta de concentración, depresión, comportamiento hiperactivo (especialmente en niños) hipertensión arterial difícil de tratar, hinchazón de piernas (edemas), falta de deseo sexual y una serie de impactos en la calidad de vida que se hacen progresivos y evidentes.
Las alteraciones del sueño, en mayor o menor grado, afectan el estado de salud psicofísico de quien las soporta. Además, puede ser consecuencia de una serie de alteraciones clínicas, por ejemplo, enfermedades cardiovasculares, enfermedad de Parkinson, enfermedades renales, esclerosis múltiple, enfermedad de Alzheimer, epilepsia, enfermedades pulmonares, artritis, etc., complicando aún más la patología de base.
La edad no parece asociarse necesariamente con los problemas en el sueño. No obstante, es uno de los principales factores de riesgo para padecer insomnio tener alguna enfermedad y utilizar medicación o presentar síntomas psicológicos, especialmente depresión, bajos niveles de actividad física y pobre higiene de sueño. Por ejemplo, cualquier condición médica con dolor puede interferir con el comienzo del sueño y su mantenimiento, del mismo modo ciertos medicamentos como los diuréticos, broncodilatadores, beta bloqueadores, cortico esteroides, etc.
Según afirma el Dr. Michael Chee, Investigador principal del Laboratorio de Neurociencia Cognitiva en Duke-NUS Graduate Medical School, "El cerebro con falta de sueño puede actuar normalmente por breves espacios de tiempo. Esto se debe a que lucha consigo mismo conscientemente para mantenerse despierto y desarrollar las tareas del día, pero, por otro lado, recibe información automática e involuntaria desde el tálamo informando que hay que descansar. Esta puja entre mantenerse despierto y dormir alteran el área visual y frontoparietal del cerebro que media en el control cognitivo, disminuyendo las conexiones habituales de procesamiento, y, también, compromete al tálamo, estructura que recibe y procesa la información que llega de los sentidos y determina las que son importantes de las que no".
Recientes resultados de una investigación realizada por la Dra. Rachel M. Salas, del departamento de Neurología de la Universidad Johhns Hopkins, demostraron que al contrario de lo que mucha gente cree, el insomnio no es un trastorno únicamente nocturno, sino que deja huellas durante el día. El cerebro de quienes lo sufren es diferente al de aquellos que duermen sin problemas, y éstas divergencias también son patentes en los periodos de vigilia.
Se ha podido comprobar que las personas con insomnio muestran una mayor actividad y plasticidad en la zona del cerebro que controla el movimiento, las neuronas de la corteza motora, debido a que están en un estado de constante procesamiento de información en esta área.
"El dormir contribuye a que la memoria de corto plazo se vea beneficiada, al permitir que los datos incorporados pasen desde el hipocampo a otras aéreas cerebrales, dejando espacio libre para sumar y almacenar nuevas informaciones, cosa que no es posible si los nuevos conocimientos siguen ocupando el hipocampo. Descansar no es para el cerebro perder el tiempo, por el contrario, es ganarlo, al fijar conocimientos, reponerse y prepararse nuevamente para la acción", asegurá Matthew P. Walker, del laboratorio de Sueño y Neuroimagen de la Universidad de California.