Es común que las personas, sin ninguna mala intención y sin sufrir afección alguna, creemos historias.

¿Por qué somos capaces de ser honestos y mentirosos al mismo tiempo?

Fecha 20 de Febrero de 2014

Es común que las personas, sin ninguna mala intención y sin sufrir afección alguna, creemos historias. Incluso quienes consideran que jamás lo harían a menudo fabulan especialmente a la hora de argumentar los motivos por los cuales han actuado de una manera determinada.

Petter Johanson de la Universidad de Lund pudo observar conjuntamente con sus colaboradores que estas interpretaciones que hacemos de la realidad son en muchos casos sólo meras invenciones de las que ni siquiera nos damos cuenta. Para probar esto, el experimentador le mostró a un grupo de hombres examinados fotos de mujeres jóvenes y les pidió que escogieran a aquella que les resultara más atractiva de todas. Tras la elección debían explicar los motivos de su decisión.

Lo que no sabían los participantes del estudio era que Johanson, sin que se dieran cuenta, les cambiaba la fotografía seleccionada con disimulo, de manera que estos no sospecharan que se llevó a cabo tal truco. Solo un tercio de los sujetos se dio cuenta del cambio, pero los otros 2/3 no tuvieron ninguna duda a la hora de justificar la decisión que habían tomado, aunque no era la real. Es decir, este grupo de hombres, sin saberlo ni sospecharlo, se había convertido en “mentirosos honestos”. El investigador bautizó a esta limitación que mostraba el cerebro con el nombre de “ceguera en la elección”.

Esta observación está muy emparentada con el descubrimiento de Michael Gazzaniga, quien encontró que el hemisferio cerebral izquierdo podía hacer inferencias con el fin de interpretar conductas y sentimientos, aun cuando no conociera el origen de los mismos. 

Su propuesta es que el hemisferio izquierdo tiene una especie de “Intérprete” que está constantemente evaluando el estado del cuerpo y la mente: un módulo neuronal que intenta descifrar el mundo y las propias acciones del sujeto, incluso a costa de inventar falsas memorias.

El Intérprete es el sistema que se pregunta ¿por qué? y ¿cómo? y luego trata de proveer una respuesta más o menos plausible, construyendo así una narrativa personal. El intérprete no se puede enterar del procesamiento que ha realizado el sistema instintivo-emocional de manera preconsciente, pero sí consigue ver las consecuencias de la acción impulsada por éste, y, aunque desconoce las causas, siempre es capaz de inventar una explicación a posteriori.

Es de alguna manera nuestro “narrador de cuentos”, ya que es capaz de sacar conclusiones de toda la información que recibe. Lo divertido, dice Gazzaniga, es que sus conclusiones “son generalmente falsas”.

El inconveniente con el que nos enfrentamos es que no somos conscientes del trabajo oculto que realiza el intérprete ya que no podemos diferenciar claramente entre las que son narraciones verdaderas y las inventadas, pues ambas son parte del tejido de nuestra narrativa personal.

La sensación de certidumbre y seguridad que se deriva de poder entender lo que está pasando o nos está sucediendo es una emoción esencial, así como también lo son la confusión, la inseguridad y el aturdimiento que sobrevienen cuando no nos podemos armar un modelo de cómo funciona la realidad y nosotros en ella. Todo el tiempo estamos intentando comprender qué nos pasa y de encontrarle sentido a lo que nos rodea. 

El intérprete obedece a la ley de los datos omitidos, por lo que al no tolerar los vacíos de conocimientos siempre intentará rellenar los mismos de la mejor forma que pueda. Los filósofos de antaño lo ponían de manifiesto al decir que la naturaleza de la mente humana aborrece el vacío.

Un cuento que podría servir para ilustrar cómo actúa el intérprete es el de una persona que decía poseer la calavera de Hitler y deseaba venderla. Cuando un experto en falsificaciones va a conocerla y ve que la misma perteneció a un niño, el dueño de esta, al ser confrontado con la falsificación en vez de permanecer callado contestó: “Claro, ¡tiene razón! ¡pero es la de Hitler cuando era niño!”.

El intérprete fue por muchos años un fantasma que habitaba en algún lugar del hemisferio izquierdo, pero que no se sabía en qué zona o zonas se encontraba realmente.

Sin embargo, nuevas investigaciones han arrojado algo de luz al descubrir que cuando se activa el intérprete lo mismo sucede con los centros del lenguaje del hemisferio izquierdo, encontrándose entre ellos el área de Broca, ubicada en el lóbulo frontal, el área de Wernicke, situada en el lóbulo temporal, y el área de Geschwind, radicada en el lóbulo parietal.

Al parecer estas tres áreas, trabajando en conjunto, son las responsables de producir razonamientos verbales que estén de acuerdo con nuestras conductas y comportamientos, basándose en la información que tienen a su alcance. Pero cuando los datos son insuficientes, los argumentos que producen pueden surgir de la fantasía, que al no ser grotescas son creíbles tanto por quien la produce, como para quien las escucha.

Aquí también se considera que juega un papel fundamental la corteza orbitofrontal, ya que controla que las explicaciones que da el intérprete sean coherentes con la situación que se presenta. Si por alguna razón patológica su supervisión se viera alterada, una persona podría caer en el campo de las fabulaciones grotescas y poco creíbles.

Esto conduce a considerar que en nuestro cerebro pueden existir dos sistemas: un intérprete (áreas del lenguaje del hemisferio izquierdo) que genera explicaciones o narraciones no del todo verdaderas, y una instancia de supervisión (corteza orbitofrontal) que sería la encargada de controlar la plausibilidad de los mismos. La interrelación y el equilibrio entre estas dos funciones (creatividad y control) constituyen un componente fundamental en la estructuración de nuestro pensamiento, aclarando que ambos procesos son llevados a cabo siempre de forma preconsciente.

En el caso de las personas fabuladoras pasa algo diferente, pues por un lado conservan la capacidad creativa, pero no son capaces de analizar y comprobar sus propias fantasías, por lo que aun siendo las historias que narran muy irreales o fantasiosas, ellos tienen la sensación de que las mismas son totalmente coherentes, pues la corteza orbitofrontal no puede cumplir correctamente con su misión de control.

Estos conocimientos nos deben servir para que nunca nos creamos dueños absolutos de la verdad, pues en muchos casos esta es en parte una maravillosa invención de nuestra creativa mente. Fijémonos cuánto tiene esto que ver con lo que los científicos cognitivos actualmente denominan “creencias”, que nos sirven para construir nuestro modelo propio de la realidad que no es otra cosa que nuestra forma de asimilar el mundo y a nosotros mismos en él. 

El conocimiento nos da la posibilidad de descubrirnos y con ello la libertad de transformarnos en el ser humano que creemos ser.


Bibliografía:

  • Hall, L., & Johansson, P. (2009). Choice Blindness: You don’t know what you want. New Scientist, 2704, 26‐27.
  • Johansson, P., Hall, L., Sikström, S., & Olsson, A. (2005) Failure to detect mismatches between intention and outcome in a simple decision task. Science, 310(5745), 116-9. doi: 10.1126/science.1111709
  • Gazzaniga, M. S. (1998). El pasado de la mente. Santiago de Chile: Editorial Andres Bello.