
Inteligencia y racionalidad
¿Puede alguien ser inteligente y actuar de un modo que pueda considerarse lejos de ello? Probablemente en algún momento de nuestras vidas nos hemos realizado esta pregunta al vernos a nosotros mismos (o a otras personas) actuando en ciertas circunstancias de un modo poco ingenioso o haciendo alguna tontería.
Una mirada que puede dar una posible respuesta al interrogante planteado la encontramos en la tesis de Keith E. Stanovich, Profesor Emérito de Psicología Aplicada y Desarrollo Humano de la Universidad de Toronto, quien ganó el Grawemeyer Award en Educación en 2010 por su libro Lo que las pruebas de inteligencia se pierden - La psicología del pensamiento racional, editado por la Universidad de Yale.
Stanovich expresó que para “pensar bien” es necesario contar con buen juicio y con una buena capacidad para tomar decisiones, características que los test de inteligencia no evalúan.
En su tesis, el profesor distingue entre inteligencia y racionalidad, remarcando que es debido a las diferencias entre ambos conceptos que las personas podemos comportarnos de modos irracionales más allá de nuestra inteligencia.
De hecho, según revelan diversos experimentos, existe una amplia gama de situaciones posibles en las cuales, usualmente, las personas tomamos decisiones basadas en la intuición más que en la razón.
Se pueden encontrar múltiples hechos que presentan falta de racionalidad, como, por ejemplo, hablar por celular o encender un cigarrillo mientras manejamos; ir a la ruleta y apostar al negro porque hace tres tiros que sale el rojo y consideramos que ahora sí o sí “tocará” negro; pensar que una burbuja financiera o inmobiliaria no estallará nunca y seguir invirtiendo; comprar equipos de gimnasia que nos transformarán en atletas con sólo usarlos quince minutos al día, etc., etc.
A lo anteriormente mencionado debemos sumarle que los seres humanos utilizamos atajos cognitivos. Es decir, empleamos caminos trazados por nuestra mente y que normalmente transitamos de forma rutinaria. Esta estrategia es sumamente útil porque nos permite actuar ante determinadas situaciones sin necesidad de nuestro pensar reflexivo (sería imposible pensar en cada cosa que hacemos). Sin embargo, los recorridos breves nos pueden llevar a buscar evidencia que confirme lo que pensamos y a dejar de lado todo aquello que no favorece nuestro modo de ver las cosas, evaluar las situaciones desde nuestro punto de vista, sin dejarnos oportunidad de observar más allá de nuestros sesgos. Asimismo, las anécdotas atrayentes y que nos generan emoción suelen sentirse más ciertas que las estadísticas.
La razón por la que la gente inteligente puede en algunas ocasiones hacer cosas desafortunadas está enfocada en que inteligencia y racionalidad son cualidades diferentes. A la dificultad para hacer cosas racionales a pesar de ser inteligentes, Stanovich la denomina disracionalidad. Es decir, se puede ser inteligente y racional o inteligente y disracional. Quizás lo más increíble de esto es que se puede ser un pensador racional sin ser muy inteligente.
Haciendo honor a nuestra corteza prefrontal, la cual nos permite tener la capacidad de auto-observarnos, de poner freno a impulsos y poder detectar algunos de nuestros atajos cognitivos, deberíamos prestar atención con más frecuencia a nuestras decisiones para que predomine la reflexión, el pensamiento crítico y el pensar en las consecuencias por sobre la disracionalidad en momentos importantes.
Seguramente, nuestra abuela -con mucha sabiduría- no se equivocaba al decirnos que contemos hasta 10 cuando una situación lo ameritaba.
Bibliografía:
- Stanovich, K. E. (2009). What Intelligence Tests Miss: The Psychology of Rational Thought. Connecticut: Yale University Press.
- Morewedge, C. K., & Todorov, A. (2012). The least likely act: Overweighting atypical past behavior in behavioral predictions. Social Psychological and Personality Science, 3(6), 760-766. doi: 10.1177/1948550611434784
- Morewedge, C. K., Yoon, H., & Scopelliti, I. (2015). Debiasing decisions: Improved decision making with a single training intervention. Policy Insights from the Behavioral and Brain Sciences, 2(1), 129-140. doi: 10.1177/2372732215600886