
El cerebro y las malas intenciones
Tanto los esplendores como las miserias del ser humano están en el cerebro. Todo, absolutamente todo, incluso las claves para poder elegir entre ser feliz, amar, ser sabio, infeliz o solitario.
El problema muchas veces estriba en que venimos al mundo con ciertos automatismos, producto sin duda de la evolución y de la mentada selección natural. Estos hacen resaltar la importancia de los aspectos negativos de nuestra existencia y coexistencia con otros, demostrando que una determinada forma de ser puede haber sido preferible en medios y sociedades más hostiles e incompatibles.
La educación, y por educación se incluye a todas las numerosas experiencias y los aprendizaje obtenidos a lo largo de la vida, es variable y depende de muchos factores. Entre ellos se encuentran la gran flexibilidad para cambiar e incorporar experiencias, circunstancias que acentúan la probabilidad de ser capaces de usar el cerebro de una manera eficiente para conseguir una vida más placentera.
Las neurociencias han avanzado mucho en los últimos años, especialmente con las técnicas de neuroimágenes. No obstante, también es cierto que hay algunos temas que se han tratado poco y los datos con que se cuenta son todavía escasos o parciales.
Cabe destacar que particularmente la neurociencia cognitiva está introduciéndose en temas que hasta hace poco eran tabú, pues no existían herramientas adecuadas para abordarlos. En la actualidad ya las hay, y el resultado de ello es que por fin se puede hablar de la neurociencia de la felicidad, el amor y la sabiduría como nunca antes.
Por ejemplo, existe un estudio que muestra por primera vez que la amígdala cerebral juega un rol crítico en la detección ultrarrápida de la intención de dañar, base del juicio moral y la empatía.
La capacidad de identificar si alguien comete o intenta una acción malintencionada contra otra persona constituye un componente crítico del juicio y la cognición moral, e importante es poder detectar a tiempo si otra persona tiene la intención de agredir, como habilidad crítica para la supervivencia.
En general, juzgamos cuan bueno o malo es un acto dependiendo principalmente de si hay mala intención en el agresor, más que de si el resultado en sí es malo o no.
Es decir, juzgamos las acciones moralmente a partir de la intención de dañar más que del resultado de dicha acción. Por eso, cuando una persona inflige una acción que desencadena una agresión en otra, si dicha acción es intencional, tendemos a considerar el daño o sufrimiento como más doloroso, sentimos más empatía por la víctima y queremos castigar y condenar al agresor, que cuando la misma agresión no es intencional.
En el sistema de derecho penal anglosajón, la intención de dañar o mala intención es altamente tenida en cuenta al momento de evaluar el daño y sufrimiento de la víctima, y en la vida cotidiana ocurre algo similar, conocido como el efecto intention-magnifies-harm, y hasta los niños pequeños son capaces de distinguir acciones de daño intencional de las de daño accidental.
En cambio, los psicópatas, las personas que ejercen acciones de deshumanización, o los humanos con ciertas enfermedades neurológicas que afectan la impulsividad y la desinhibición, tienden a valorar menos la intención de dañar al momento de juzgar moralmente los actos de otras personas.
La mala intención es detectada muy rápido porque es crítica para la supervivencia, el juicio y la cognición moral. Entonces, ¿cómo se las arregla el cerebro para facilitar de forma híper-veloz la detección de una conducta malintencionada?
Hasta la actualidad no se había podido determinar qué región es crítica para la detección rápida de la intencionalidad de dañar, porque los estudios de neuroimágenes no poseen la resolución o precisión temporal para establecer qué áreas o redes detectan en unos pocos cientos de milisegundos si una agresión fue intencional o accidental.
Para poder develar las bases cerebrales de la identificación de la intención de dañar, en un estudio reciente liderado por el Dr. Agustín Ibáñez y ejecutado por la ingeniera Eugenia Hess (integrantes del grupo INECO-CONICET-NUFIN en Argentina) indagaron esta capacidad mediante registros intracraneales invasivos en humanos. Para esto emplearon una técnica excepcional, colocando electrodos directamente a lo largo de múltiples regiones del cerebro a fin de detectar con técnicas de electrofisiología y neuroimágenes dónde se ubica la localización exacta y el milisegundo exacto en que se produce una respuesta neuronal.
Estos registros, sin duda, constituyen uno de los métodos más precisos de las neurociencias cognitivas en humanos, ya que permiten determinar mejor que ningún otro dónde y cuándo el cerebro genera una actividad neuronal asociada a determinado proceso cognitivo y constituye el único método de medición directa de la actividad cerebral en humanos. En palabras simples: permite mirar directamente adentro del cerebro cuando se está realizando alguna actividad cognitiva.
Precisamente esta investigación determinó por primera vez que la amígdala no solo procesa aspectos básicos como se pensaba hasta hace poco (como la emoción o el reconocimiento de objetos) sino también procesos de alto nivel como la detección temprana de la intención de dañar mediante un procesamiento rápido y un acoplamiento subsiguiente con diversas regiones frontotemporales.
Este estudio estableció entonces que la amígdala y sus redes frontotemporales son decisivas para la detección ultrarrápida de la acciones malintencionadas, proceso crítico para la cognición moral, la empatía y la llamada teoría de la mente (capacidad de inferir estados, intenciones y creencias en las otras personas).
Con base en los resultados surge la primera evidencia directa de que la amígdala no solo posee un rol básico en el miedo o en el reconocimiento de objetos, como fuera tradicionalmente propuesto, sino que también forma parte de una red múltiple que procesa la sapiencia o relevancia de la información social. Asimismo, interviene en mecanismos de alto nivel, por lo que se propone una nueva teoría llamada Many Roads View de la amígdala, destacando su rol crítico en procesos cognitivos de alto nivel de relevancia social más que puramente emocionales.
Ricardo Martínez Murillo, junto con un equipo de neurobiología del Instituto Ramón y Cajal de Madrid, investiga a la vez el comportamiento de las neuronas en espejo, localizadas en el área promotora frontal y el lóbulo temporal de la corteza cerebral. Según el autor, cuando un individuo situado enfrente de otro ejecuta una acción que el primero es capaz de hacer, estas neuronas se activan imitando, pero sin llegar a realizar el movimiento o la acción que hace la persona a la que se está observando. O sea, ni llega a imitar ese movimiento ni la intensidad de la sensación es la misma; lo que llega es parecido al eco de la acción de ese otro individuo. Para Martínez Murillo, en ese momento, estas neuronas se conectan con otras con las que intentan “hablar” para ejecutar la acción, pero esta comunicación no se llega a realizar porque hay mecanismos de bloqueo.
El hecho de que estas células se enciendan en el sentido de que detectan ese movimiento, es decir, comprenden la acción, es muy importante desde el punto de vista cognitivo, ya que la función de estas neuronas es interpretar la acción, no ejecutarla: con ellas valora la acción, así como el objetivo y las intenciones.
Por tanto, la función de estas neuronas también es fundamental en nuestro entorno social y resultan un importante mecanismo de defensa, ya que si alguien va a agredir y no se lo interpreta, al final lo hace sin que el agredido se pueda defender. Entonces, lo que las células en espejo hacen es ayudar a colocarse en situación, entender, comprender al otro, saber cuáles son las intenciones y qué acción está desarrollando la persona a su lado. Para Marco Iacoboni, neurocientífico de la Universidad de California, estas células espejo “son radares andantes que permiten la intuición de saber qué hace y qué siente el otro”.
Por eso, el estudio de las células en espejo es hoy también un paso fundamental para investigar el comportamiento y el aprendizaje del individuo; también para incorporarnos a la red social y comprender a los demás, porque si no se entiende a los que están alrededor, el mundo se convierte en un desastre.
Así descrito, está confirmado que existen en el cerebro neuronas bondadosas que hacen compartir la alegría, la pena, el dolor de los demás y disfrutar de las situaciones felices. Además, nos protegen de las malas intenciones del vecino, porque, efectivamente, somos unos seres sociales y nos movemos en un campo social. Vivimos acomodándonos a cómo viven los demás y estas neuronas son sociales en el sentido de que nos hacen individuos sociales.
"No basta con tener la mente bien dispuesta, sino que, lo principal es aplicarla bien. Las más grandes almas son capaces de los mayores vicios, tanto como de las mayores virtudes, y los que no caminan sino muy lentamente pueden avanzar mucho más, si siguen siempre el camino recto, que los que corren apartándose de él". René Descartes