
Neuroplasticidad y resiliencia
Después de cuarenta años de docencia puedo afirmar que el 2020 es en el año en el que más he aprendido. Este Ciclo Lectivo será recordado por siempre en la Argentina y en el mundo. Hemos logrado aprender en un contexto de miedo, de encierro, de incertidumbre, pero también de mucha reflexión.
“Resiliencia”, “Reinventarse”, “Desafíos”, “Creatividad”, “Curiosidad” y muchas otras palabras han llenado páginas de diarios y revistas, se han escuchado en radio y televisión, las hemos compartido en charlas virtuales con alumnos, amigos y familiares.
Hoy estamos frente al gran “desafío” de enfrentar esta pandemia. Y es una inmejorable circunstancia para hacerlo a través de repensar la escuela, de “reinventarla”. Así podremos utilizar toda la “creatividad” que tienen nuestros docentes, pero que también han demostrado poseer nuestras familias para sostenerse afectiva y emocionalmente con el objetivo seguir subsistiendo.
A través de esa potencialidad creativa que tenemos como seres humanos, más el aporte de los recursos tecnológicos, y la curiosidad innata de nuestros niños, debemos animarnos a más. Poner el foco en la educación, en las aulas, la enseñanza y los aprendizajes, pero también permitir abrirnos a un cambio que involucre a toda la sociedad. Parece una frase hecha, pero es una gran posibilidad: nuestra capacidad de resiliencia será fundamental.
El término resiliencia es una castellanización de la palabra inglesa resilience o resiliency, que se usaba en un comienzo en la termodinámica. Más tarde las ciencias biológicas y las sociales se apropiaron de él para describir estados de resistencia a experiencias adversas o de riesgo.
Según afirma Anna Forés, Directora de la Cátedra de Neuroeducación de la Universidad de Barcelona, “La resiliencia es aquella capacidad para salir fortalecidos o reforzados delante de una adversidad. La resiliencia no es adaptación, es creatividad. Debe haber una trasformación”.
Las neurociencias consideran que el cerebro es el órgano ejecutor central del sistema biológico responsable de la resiliencia y el encargado de regular los mecanismos neurobiológicos, cognitivos y psicológicos del individuo vinculados con la resiliencia.
La neuroplasticidad como sustrato de la resiliencia
La resiliencia desde el punto de vista de la neurobiología es la habilidad de un individuo para adaptarse exitosamente a un estrés agudo, un trauma o formas crónicas de adversidad.
Es necesario para que la resiliencia ocurra que el sujeto reestructure la experiencia negativa, de manera que pueda reconfigurarse a partir de los elementos de su experiencia, contando otro relato con la misma historia, es decir, reorganizando la memoria. Esto sugiere que procesos como aprendizaje, representación y discriminación del contexto, consolidación de las memorias y cambios en las conexiones neuronales son indispensables para la resiliencia.
El sustrato biológico de la resiliencia es la neuroplasticidad, que permite la integración, momento a momento de información interoceptiva, exteroceptiva, emocional, motivacional y cognitiva.
Estudios recientes han implicado en los sustratos neuronales de la resiliencia a los circuitos clásicos del miedo (amígdala), de la recompensa (núcleo accumbens) y del estrés (eje hipotálamo-hipofisario-adrenal), y a la CPF y el hipocampo. Es importante destacar que estos últimos son las estructuras más sensibles al estrés agudo y crónico por lo que tiene sentido que sean cruciales en los procesos de resiliencia. Lo relevante de estas investigaciones es la certeza de que la resiliencia tiene que ver con crear nuevas memorias. Para ello se requiere de la selección y aprendizaje de nuevas estrategias, resolución de problemas, representación del contexto y la reorganización de las redes neuronales.
La plasticidad neuronal, estudiada profundamente en los últimos años, involucra infinidad de procesos estructurales y neuroquímicos. En este último caso, un número importante de neurotransmisores, neuropéptidos, citoquinas y hormonas se conjugan para mediar los mecanismos neurobiológicos de la resiliencia y se caracterizan por cumplir tanto funciones biológicas y metabólicas como otras más complejas de condicionamiento conductual (por ejemplo, recompensa, condicionamiento al miedo y conducta social).
En resumen, la evidencia empírica sugiere que los determinantes de la resiliencia son complejos e incluyen factores sociales, psicológicos y biológicos (genéticos y epigenéticos). En las personas resilientes, las variables constitucionales, biológicas y genéticas interactúan con las variables ambientales y las conductas aprendidas para resolver determinadas situaciones adversas, evitando o previniendo un trastorno irreparable.
Bibliografía:
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