Las nuevas formas de pensamiento solamente aparecen cometiendo errores. Por esta razón, la perfección es eficiente y productiva cuando las condiciones permanecen estables.

¿Por qué el perfeccionismo no nos mejora tanto como los errores?

Fecha 14 de Abril de 2020

La fecha es el 24 de junio del 2010. Son las 4.47 de la tarde, uno de los momentos históricos del deporte acaba de terminar. John Isner eleva sus manos en el aire en Wimbledon. Luego de unas épicas once horas y cinco minutos, el partido más largo de tenis en la historia finalmente ha terminado. Con un resultado de 6-4, 3-6, 6-7, 7-6 y 70-68 el jugador de Estados Unidos le ha ganado a Nicolás Mahut. 

Solamente el quinto set duró 8 horas 11 minutos, marcando el récord para el partido más largo en la historia. Los árbitros han tenido que cambiarse para que pudieran mantener su concentración. Hasta la tecnología para la puntuación alcanzó su límite. El sistema de puntuación digital dejó de funcionar cuando estaban 47 a 47 porque IBM nunca programó un resultado más alto.

La razón de este partido tan largo fue que los jugadores casi no cometieron errores. Antes del punto final decisivo, ambos jugadores sacaron 84 veces sin que ningún jugador perdiera su saque durante más de diez horas.

John Isner especialmente demostró su precisión en el saque. Nunca antes un jugador hizo tantos saques ganadores (aces). Realizó 113 saques ganadores. En el partido siguiente John Isner perdió sin mucho alboroto en menos de una hora y media sin hacer un solo saque ganador.

Isner había marcado previamente el récord mundial para la eternidad y luego, en forma súbita, fue incapaz de hacer un solo saque ganador.

Uno, por supuesto, no puede acusar a John Isner de no saber cómo hacerlo. Había perfeccionado el movimiento y de alguna manera lo había perdido.

¿Por qué súbitamente ya no era capaz de repetir lo que hacía poco había alcanzado hacer a la perfección? Usted podría decir que esto es totalmente normal y humano, que los errores son parte de la vida. Como decían los romanos: “Errar es humano”.

Es cierto, pero ¿qué es tan bueno de ser un humano? Después de todo las imprecisiones y las equivocaciones están continuamente filtrándose dentro de nuestras conductas y esto nos hace más propensos al error y a ser ineficientes. Esto no es algo bueno, ¿o lo es?

Coloquialmente llamamos a estos tipos de equivocaciones “errores por negligencia”. Ahí está concentrándose en algo cuando “¡ups!” deja de prestar atención por un brevísimo momento y sucede la transgresión.

Coloca una coma errónea en una oración, la taza de café matutina se derrama o el carburador de su auto se ahoga.

Miles de rutinas practicadas hasta el hartazgo, y aparentemente bien dominadas, se desvían de su curso. ¿Existe algo positivo en un error de tipeo, en equivocarse el nombre de alguien o meterse el pie en la boca?

En vista de esto, ¿debe sorprendernos que tratemos de evitar este tipo de errores?

La perfección es nuestro objetivo. Los errores son para los perdedores. Pero nuestro cerebro es, desafortunadamente, un órgano inútil cuando se trata de lograr este objetivo porque las equivocaciones e imprecisiones son parte del método de nuestras redes neuronales.

Nuestro cerebro trata de procesar la información lo más eficientemente posible. Pero, al mismo tiempo, también debe mantener alguna forma de adaptabilidad. Necesitamos la adaptabilidad para reaccionar ante los cambios del medioambiente.

La perfección en el pensamiento es buena, pero es tan competitiva como el monocultivo: es eficiente y productivo cuando las condiciones permanecen estables, pero es rápidamente destruido tan pronto como las condiciones cambian.

Evitar los errores puede ser algo bueno, pero recuerde que solo porque no cometa errores no implica necesariamente que usted tenga la razón.

Aun el error más fastidioso y negligente nos sirve para mostrarnos una regla muy inteligente de nuestro cerebro: lo es importante no es evitar los errores sino aprender de ellos. Afortunadamente nuestro cerebro es un maestro en esto.

Cometiendo errores por doquier

Cometer un error y luego investigar qué sucede en el cerebro es un juego de niños. Para hacer esto solamente necesita dos ingredientes: una tarea y un voluntario. Si tiene la paciencia suficiente para esperar, puede estar muy seguro de que tarde o temprano cosechará un error y podrá estudiar las correspondientes funciones cerebrales.

Las tareas no tienen que ser muy complicadas. Por el contrario, cometemos una metida de pata mental con el más simple de los problemas si tenemos que repetirlo la suficiente cantidad de veces.

Por ejemplo, el Test d2. En este test la letra d tiene que ser tachada si está rodeada por dos apóstrofes. Si hay más o menos apóstrofes alrededor de la d, o una p en vez de la de, no debe tacharla.

El test de atención d2 está compuesto por un total de 658 caracteres de los cuales 299 d2 deben ser tachados en solo cinco minutos.

Los participantes de este test se equivocan, promedio, diez veces en el transcurso del test, tachando el carácter erróneo o salteándose uno.

La competición de errores en las profundidades del cerebro

A menudo imaginamos que una acción que ocurre en nuestro cerebro es, como diría Mostaza Merlo, mediante un proceso paso a paso. Y si cometemos un error esto debe implicar que algo salió mal a lo largo de este proceso.

Es como en una hilera de dominós: un dominó se cae y empuja al próximo dominó hasta que toda la hilera se cae. Esto es lo que experimentamos a nuestro alrededor. Los resultados ocurren a través de un proceso paso a paso. Si A entonces B. Si me tropiezo con una botella de vidrio esta cae y se rompe. Si ocurre un error algo sale mal en algún lugar.

Pero en el cerebro es diferente. Nuestros pensamientos siguen pasos. En general, nuestros pensamientos no siguen una lógica lineal. En vez de esto generamos un patrón dinámico de actividades en nuestras redes neuronales (una especie de “murmullo de pensamientos”) desde el cual se cristaliza eventualmente una directiva dominante.

Una vez que una de las muchas directivas sobrepasa un umbral, los otros patrones se dan por vencidos y solamente esta directiva en particular es seguida.

Apliquemos estos a un error: si se nos pide que elijamos un carácter d2 de entre una larga lista de caracteres, primero tenemos que tener un objetivo claro, por ejemplo, tachar toda letra d que esté rodeada por dos apóstrofes.

Este plan es llevado a cabo por la corteza prefrontal. Al mismo tiempo estamos constantemente siendo bombardeados por estímulos sensoriales que son reconocidos y procesados por la corteza visual.

La diferencia en la corteza visual entre una d y una b es muy clara. Sin embargo, la corteza visual no puede planificar una acción, solamente puede proveer información que la corteza prefrontal debe procesar.

Para hacer las cosas más prácticas, a mitad de camino entre la corteza visual y la corteza prefrontal existe un área que reconcilia a ambas cortezas. Este puesto intermedio se denomina ganglios de la base y es una especie de estación de relevo. Los ganglios de la base preprograman nuestros movimientos.

Aquí es donde una competición muy importante se lleva a cabo tanto si se comete un error o no.

El principio del programa de entrevistas

Imaginemos que vemos lo siguiente en un test de d2: “d

En este preciso momento diferentes patrones de acción están compitiendo en los circuitos neuronales de nuestros ganglios de la base.

Está el patrón que dice: “¡Por supuesto! ¡Tachalo! ¡Es un d2!”. Pero también existe un patrón que grita: “¡No esperen un segundo, se parece a un carácter que vi hace unos segundos, pero no era un d2!” o “¡No importa, el tiempo vuela así que solo continúen y no tachen nada!”.

Algunos de estos patrones llevan a una acción concreta, otros patrones no, pero cuál es cumplido depende del objetivo específico, así como también de los estímulos sensoriales que llegan.

Cuanto más fuerte es el objetivo (“Elige el carácter d2”), más rápidamente los patrones inapropiados serán eliminados.

Por el contrario, la existencia de muchos estímulos incrementa la posibilidad de que sea ejecutado un patrón erróneo.

Dentro de la red neuronal existe, por lo tanto, un caos constante de patrones que compiten entre sí que caen o suben en forma dinámica hasta que finalmente uno se convierte en dominante y es enviado como una directiva a los centros de movimiento del cerebro.

El ganador se lo lleva todo (¡como el título de la canción del grupo ABBA!). A pesar de todos los otros patrones, solamente uno es capaz de ser cumplido al 100%.

Imagine que está mirando en la televisión un programa de política con representantes de diferentes partidos que están discutiendo sobre un tema. La discusión se vuelve acalorada, con unos gritando que dicen la verdad mientras que los otros le dicen que no y usted no puede entender nada de lo que están diciendo.

Esto es lo mismo que sucede en los ganglios de la base. Todos los patrones están compitiendo sin control entre ellos sin un resultado claro.

De la misma forma que los espectadores del programa no pueden entender nada de lo que se está diciendo, el cerebro tampoco puede llevar a cabo ninguna tarea por el estrépito de todas las opciones diferentes.

En el caso de un programa político existen dos posibilidades: un político puede ser el que hable más fuerte ahogando las voces de los otros hasta que finalmente se silencian y la opinión más ruidosa gana. Pero esta es la segunda mejor opción porque la boca más ruidosa es a menudo la más falsa.

La segunda posibilidad es que un moderador interrumpa la discusión de los políticos y decida quién tiene que decir algo y cuándo. Cuando una persona está hablando, las otras deben permanecer en silencio y el moderador pedirá a los políticos que contesten las preguntas de una forma concreta.

Apliquemos este ejemplo al cerebro: el programa político son los ganglios de la base y los diferentes políticos son los varios patrones de acción. La corteza cingular es el moderador del programa que tiene un rol crucial en señalar quien va a hablar. Al igual que un moderador que juzga si la respuesta de un panelista es significativa o dice tonterías, la corteza cingular registra si la acción es correcta o errónea.

Sin la corteza cingular no podríamos reconocer rápidamente los errores o reaccionar frente a ellos de una forma adecuada.

El moderador debe meterse

Podemos darnos cuenta de que los errores son generados en el cerebro cuando un falso patrón es implementado. Estas actividades dinámicas constantemente tumultuosas en las redes neuronales que se incrementan cada vez más no son lineales como una hilera de dominós.

Pequeñas modificaciones en los estímulos pueden lograr fortalecer un patrón que era en forma previa débil y convertirlo en la voz dominante en medio del caos. Y entonces cometemos el error.

Los errores son inevitables porque este sistema de acción nunca funciona a la perfección. Las neuronas adaptan sus conexiones sinápticas en el curso del tiempo de forma tal de generar un mejoramiento en su patrón de acción.

Pero aún una sinapsis recién “entrenada” que ha funcionado provechosamente puede, en un próximo paso, volverse poco hábil otra vez y dirigirse hacia el error. Uno nunca puede saber qué es lo puede traer el próximo desafío.

En el contexto de este sistema en el que las neuronas hablan unas sobre las otras el cerebro es “perfecto” para ser “imperfecto” porque está constantemente empleando estrategias adaptativas.

No estamos programados para caer como los dominós. Si lo fuéramos no podríamos adaptarnos a las situaciones cambiantes de nuestro medio ambiente.

Como no podemos evitar los errores debemos aprender a sacar el mayor provecho de ellos. Y hacer esto significa aprender de ellos. Nuestro cerebro tiene un “radar” y está impaciente para modificar su conducta cada vez que se equivoca.

En un programa de entrevistas el moderador ahondará cuando el político invitado le da una respuesta que se ha desviado completamente de la pregunta que le ha hecho. Un firme, “¡Esto no está contestando la pregunta que le hice!” le da la oportunidad al invitado de responder en forma más productiva.

Similarmente nuestro cerebro emite una advertencia cada vez que percibe un error: esta es la señal ERN. ERN es la abreviatura en inglés de negatividad relacionada con el error.

Si un participante está haciendo un test y comete un error, la medición de ondas eléctricas cerebrales muestra una reducción del voltaje (o sea una señal eléctrica negativa). Esta actividad eléctrica es generada tan solo una décima de segundo después de que se ha cometido el error.

Esto es tan rápido que uno aún no es consciente de que ha cometido el error. Pero el cerebro ya ha registrado el error y esto tendrá un efecto en la conducta.

El cerebro grita “¡Error!”

Cada vez que cometemos un error usualmente suceden dos cosas: Primero vacilamos brevemente y de este modo comenzamos a manejarnos más lentamente. Al mismo tiempo comenzamos a prestar más atención a nuestras acciones, lo que implica que rara vez cometemos el mismo error dos veces seguidas.

Ambos efectos son mediados por la señal ERN en nuestro cerebro. Las investigaciones han mostrado que luego de una desaceleración los participantes generan una fuerte señal de ERN y que esta señal de ERN se fortalece cada vez que corregimos los errores, especialmente si lo hacemos de una manera rápida y con mucha atención.

Este grito de “¡Error!” ayuda al cerebro para que filtre varios patrones de acción, antes de que uno domine a los otros y que, por lo tanto, sea llevado a cabo.

Si no existieran moderadores los panelistas continuarían hablando uno sobre los otros hasta que uno comenzaría a gritar. Pero solamente cuando las voces más fuertes son silenciadas las voces más suaves pueden tener voz y voto.

Este filtro de respuesta también tiene lugar en el cerebro, ya que la señal ERN representa la influencia moderadora de la corteza cingular.

Cuanto más fuerte es la señal ERN, los patrones de acción más impulsivos y avasallantes (que usualmente son falsos) son filtrados.

Al mismo tiempo las áreas del movimiento se calman un poco como si estuvieran diciendo, “¡Esperemos un momento! Antes de decidir nuestro curso de acción los ganglios de la base necesitan un momento para ordenar todos los patrones”.

Este breve retraso sirve de ayuda para elegir los mejores patrones de forma tal que solamente queden aquellos patrones adecuados para la tarea. En otras palabras: aquellos patrones correctos.

Esta es la razón por la cual tenemos la tendencia a ser más lentos luego de que cometemos un error pero, por lo tanto, también somos más precisos.

El beneficio del caos 

El cerebro debe cumplir dos tareas contradictorias. Por un lado, debe trabajar en forma precisa para evitar los errores tontos. Por el otro, debe ser adaptativo y diligente para probar todas las opciones posibles para responder a un medio ambiente cambiante. Esto quiere decir reconocer, erradicar y evitar de una manera eficiente los errores mientras que al mismo tiempo debe pensar “ineficientemente” nuevas acciones.

Por esta razón, el cerebro usa lo mejor de los dos mundos: se arriesga a cometer errores de vez en cuando porque esto genera numerosos patrones que compiten entre sí, uno de los cuales puede ser ocasionalmente falso.

Por ejemplo, si una señal que distrae empuja hacia el camino erróneo, los patrones estimulados por los impulsos sensoriales son dominantes y cometemos un error (piense, por ejemplo, en los trabalenguas: por desenredar el enredo que ayer enredé, hoy enredo el desenredo que desenredé ayer).

Pero el cerebro es rápido para reconocer estos errores y adapta su conducta. Estamos constantemente recolectando retroalimentación para mejorar.

Si nuestro cerebro cambiara a un sistema lógico de pensamiento, perderíamos nuestra flexibilidad mental. Un error descuidado usualmente no hace mucho daño.

Pero sería muy aburrido si fuéramos solamente lógicos, calculadores y totalmente libres de todo error. Después de todo no vivimos en un mundo estático. El cambio es lo que nos impulsa hacia adelante.

Errores sistemáticos

Nuestro cerebro, en gran parte, sistematizó los errores. No está preparado para pensar en forma inmediata, sino que permite fallas ocasionales. Esto puede ser exitoso o desastroso, es imposible de saberlo de antemano.

Existen muchos descubrimientos que se deben a errores. Alexander Fleming erróneamente dejó que su placa de Petri desarrollara hongos y descubrió la penicilina.

El ingeniero Percy Spencer estaba parado en frente de un aparato gigante emisor de radiación electromagnética y notó que una barra de chocolate que tenía en un bolsillo se derritió inventando el horno de microondas.

Lo que quiero enfatizar es que nuestro exagerado deseo de perfección congela nuestro pensamiento y no nos permite ver los usos potenciales de algunos errores. Tan pronto como el cerebro comete un error no solamente trata de corregirlo, sino que también lo utiliza productivamente.

Es precisamente debido a que un error ofrece el potencial de mejorar que un sistema con defectos ha prevalecido en la evolución. Esto expone al cerebro al riesgo que pueda generar algo horrible. Pero este es el precio que debe pagar por nuestra capacidad de permanecer flexibles.

Si solamente funcionáramos de acuerdo a un sistema de pensamiento eficiente, libre de errores, hubiéramos sido eliminados por el primer cambio ambiental grave.

El arte no es evitar los errores. Cualquiera que trate de evitar los errores se volverá tan aburrido como una computadora. Y, lo que es peor, reemplazable. Porque tarde o temprano, los algoritmos serán capaces de evitar los errores y realizar una acción en forma eficiente y sin errores.

Pero reconocer que un error puede tener una finalidad es una capacidad que solamente tenemos los humanos. Ahora comprendemos que el cerebro casi sistemáticamente incorpora los errores para examinarlos y así alterar su conducta. Y esta es una lección muy importante para aprender: errar es humano y, para el cerebro, es extremadamente útil.

Mejor hecho que perfecto

¿Qué se puede aprender cometiendo errores? Los más simples errores en los tests de concentración muestran qué hace el cerebro con los errores. Primero el cerebro comete errores y no trata de evitarlos.

Segundo cuando se equivoca, duda brevemente y luego adapta su conducta para evitar repetir los mismos errores.

Tercero el cerebro sigue adelante, no altera su estrategia de pensamiento. Y por esta razón continuará cometiendo errores. Tal vez no en el mismo contexto que antes. Pero es inevitable y este es el motivo por el cual el error es más que una falla mental. Es más bien una señal para ser un poco mejor.

¡Adelante, siempre adelante!

Sin importar dónde y cómo uno ha cometido errores, el cerebro sigue adelante sin cambiar su sistema de pensamiento que permite que los errores sucedan. Por supuesto activa sus mecanismos de filtro para evitar cometer el mismo de tipo de errores. Pero su sistema operativo jamás es modificado. El cerebro no tiene miedo de tropezarse con la próxima trampa mental. Y por una buena razón.

Cuando se investiga cómo funciona el cerebro cuando comete y corrige un error, uno nota que se activan varias redes neuronales (de procesamiento sensorial, de planificación motora, los ganglios de la base, la corteza prefrontal que se encarga de la planificación), pero hay un área muy importante que no se activa: la responsable del miedo.

Por más malo que pueda ser un error parece que no tenemos un miedo incorporado para él. Esto implica que el cerebro no se castiga a sí mismo por cometer un error.

Es solamente cuando nos socializamos que el error es algo malo y que desarrollamos el miedo de hacer algo mal. Esto es exactamente lo que nuestro adaptable cerebro no necesita. Porque todo aquel que tiene miedo de tomar una mala decisión nunca encontrará la correcta.

No hay nada aterrador en cometer un error. Y así debería ser. Porque las nuevas formas de pensamiento solamente aparecen cometiendo errores.

Por lo tanto, lo que requerimos es una inclinación para que los errores sucedan sin la posibilidad de recibir un castigo. Esto no es una tarea fácil en nuestra sociedad, en la cual los errores tienen una muy mala imagen.

Los errores se pueden utilizar mejor cuando podemos cometerlos en un ambiente libre de ansiedad. En el cerebro los errores no son un estímulo para el castigo sino una buena oportunidad para reexaminar nuestro propio pensamiento. El progreso es solamente posible cuando nos atrevemos a equivocarnos.

Manténgase falible

Los errores negligentes son un excelente ejemplo de cómo el cerebro considera a los errores. El cerebro emplea un sistema operativo que no es ni lógico ni lineal, sino que parece ser desordenado y atolondrado.

Debido a esto los errores son inevitables, pero esto no es una cosa mala porque nuestro cerebro no tiene miedo de hacer algo mal.

Si nunca nos equivocamos, nunca podríamos cambiar. Entonces no solamente seríamos incapaces aprender y muy aburridos, también, tarde o temprano, seríamos cambiados por las más eficientes computadoras.

La característica única del pensamiento humano yace precisamente en que no es exacto ni perfecto. Nuestro pensamiento propenso al error es la única cosa que nos hace superior a las computadoras. Esencialmente nuestra “debilidad” en el pensamiento es realmente nuestra más grande arma secreta mental.

Por lo tanto, permanezca imperfecto tal cual es. Es lo que lo hace único. Cometa errores y al hacerlos genere nuevas ideas. Después de todo, equivocarnos es lo que hacemos mejor.


Referencia bibliográfica:

  • Van Veer, V., & Carter, C. S. (2006). Error detection, correction and prevention in the brain: A brief review of data and theories. Clinical EEG and Neuroscience, 37(4), 330–335. https://doi.org/10.1177/155005940603700411

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